Hillary Clinton aceptó el jueves 28 en Filadelfia la nominación del Partido Demócrata alertando de que las elecciones de noviembre representan “un momento decisivo” en la historia de Estados Unidos por la posibilidad de que el magnate republicano Donald Trump llegue a la Casa Blanca.

Hillary, primera mujer que pretende la Casa Blanca por un partido mayor, prometió más empleos y salarios más altos, y se postuló como la presidenta que, en un mundo turbulento, ofrecerá un “liderazgo firme” en contraste con la personalidad de Trump, "movido por el miedo y el orgullo".

Remitiéndose a los padres fundadores de la patria y al lema de la nación “e pluribus unum” (de muchos, uno), Clinton acusó a Trump, de dividir a los norteamericanos y al resto del mundo.

Con ello se abrió una nueva fase en la campaña electoral. Ambos partidos ya tienen oficialmente candidato. Es una campaña insólita. Enfrenta a la primera mujer que puede ser presidenta, con uno de los EE.UU.

Era la ocasión para Clinton de volver a presentarse a un país que la conoce muy bien, y desmentir la frase según la cual “no hay una segunda oportunidad para dar una buena primera impresión”. Clinton lleva casi cuatro décadas en la política. Sus índices de impopularidad son elevados, solo superado por el rechazo a Trump. Y en las últimas semanas los republicanos la han sometido a un hostigamiento feroz que ha llegado al paroxismo con los cánticos, en Cleveland, de “a la cárcel, a la cárcel”.

Clinton, describió las presidenciales del 8 de noviembre como una elección existencial. De un lado, un candidato, Trump, que fomenta el enfrentamiento en el interior y aleja al país de sus tradiciones —demócrata y republicana— en la política exterior. Del otro, Clinton, que mantendrá la prominencia global del país y trabajará para la cohesión social en casa.

Fue un mensaje preparado para gustar a los seguidores del senador Bernie Sanders, su rival derrotado en las elecciones primarias del Partido Demócrata y cuyos votos necesita para poder ganar la Casa Blanca.?